miércoles, 5 de noviembre de 2008

Lluvia el Domingo de Ramos 200

Ese año llovió fuera y dentro de la Iglesia, La Humildad, se enfrentaba a un hecho nuevo para ella como cofradía y hermandad, la lluvia.
A continuación os dejo el e-mailque he rescatado de la cuenta de correo del trabajo que escribí a la hermanadad el lunes de después de tan peculiar Domingo de Ramos, que más tarde sería publicado en la edicion de la cofradía, El Llamador.






El motivo de dirigirme a vosotros es el simple hecho de felicitar primero a la Junta de Gobierno, a los capataces y a todos los cofrades que ayer hicieron posible el emotivo acto que se vivió en el templo de las Agustinas y que evitaron, al no salir, una desgracia mucho mayor.

Creo que al final de este momento que todos vivimos ayer, se resumió pectamente lo que todos vivimos, y es que "llovió mucho más dentro de la iglesia que fuera", yo personalmente no esperaba encontrar entre mis emociones la rabia, el dolor y la impotencia que ayer experimenté debajo de la trabajadera, pero es que eran muchas las ilusiones que tenía en este Domingo de Ramos, y verlas correr con el agua que caía en Doctor Palomar es algo que no creo que olvide en mucho tiempo; como tampoco olvidaré la voz de Carlos pidiéndonos que hicieramos la primera levantá de esa gitana que se iba a quedar en su casa, con el mimo y el coraje que se merecía, tampoco quiero olvidar como todos los costaleros del paso de Virgen cerraban los ojos en el momento en el que la subíamos al cielo, ni las órdenes ahógadas en lágrimas que desde dentro nos pedían menos paso y un poquito más de costero; todo eso sé que no se olvida, y sin embargo, sé que dentro de un año cuando nuestros pasos salgan "racheando" por la puerta de la iglesia, nadie se acordará de que la Humildad, hace un año, no pisó las calles de Zaragoza.

Así pues me gustaría reconocer la sensatez y compostura que ayer se tuvo en el momento de decidir que Jesús de la Humildad y María Stma. del Dulce Nombre no iban a pisarla calle, por que es la noticia que ninguno quería oír. Y de corazón, agradecer que por lo menos pudiéramos levantar los pasos e intentar desquitarnos de la impotencia que nos cegaba.

Un abrazo.

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